martes, 2 de junio de 2015

J empezó a cruzar 9 de Julio como solía hacer, apurándose hasta la mitad y descansando ahí, mientras intentaba armar un cigarrillo. Miró al Obelisco y después esperó para cruzar Avenida de Mayo de cara a Evita en pleno discurso - aunque en ocasiones, recordó con una sonrisa, le encantaba pensar que en realidad se estaba clavando una hamburguesa completa. Al frenar, notó que el paquete que llevaba abajo del brazo le temblaba, bailando al ritmo que marcaba el movimiento involuntario de sus piernas. También transpiraba, aunque eso ya se había convertido algo normal.

Sin dudas, había perdido práctica para robar. Ya no tenía esa soltura y solidez que demostraba en aquellos años anteriores, cuando llevar un paquete como el que le pesaba kilos bajo el brazo era algo de todos los días. Salir de su casa para ir a trabajar por el centro era sólo una excusa para después hacer lo que realmente lo apasionaba y llenaba: robar. Era su forma de vida, su vida. Al menos, hasta el día en que todo salió mal...

Los músculos de su cara y hombros se acomodaron para pasar desapercibido apenas terminó de cruzar Lima. Se subió el cuello de la campera y caminó entre la gente, hasta convertirse en uno más. Caminó hasta Santiago del Estero y volvió a frenar, intentado prender el cigarrillo armado a las apuradas. El encendedor se le resbalaba de las manos, y se dio cuenta de lo nervioso que estaba. Igual que la última vez que había salido a robar. Los nervios y la indecisión le habían jugado una mala pasada aquel día. Recordó como el paquete casi se le cayó cuando había empezado a volver sobre sus pasos. Pero ahora el codo de dolía de la presión que ejercía por sobre el paquete. Dobló la esquina y esperó. Esta tenía que ser la última vez que robaba.

Tiró el cigarillo y avanzó. Tocó un timbre apenas pasando el restaurante donde había comido las berenjenas más ricas; y donde lo habían agarrado. Se detuvo frente a una puerta gris y tocó el timbre antes de dejar el paquete en el suelo. Luego trotó hacia el umbral del edificio y se alejó volviendo hacia Avenida de Mayo. No quería ver la obra consumada, porque sabía que el último robo (de los tantos que había robado) ya estaba realizado antes de llegar a la otra esquina.

Fue C la que levantó el paquete mientras pensaba en otras miles de cosas y entró. Nunca imaginó que con lo que había adentro, J iba a conseguir robarle una sonrisa más.

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