sábado, 4 de junio de 2011

El silencio siempre fue nuestra forma comunicación. Sí, ese silencio, esa nada que era enmarcada de vez en cuando por algunas palabras, que en realidad no hacían más que ratificar el silencio en el cual nos movíamos y eramos uno. Acompañado por el ruido de una cuchara tocando el borde del frasco de dulce de leche. O el susurro de la bolsa de plástico que tenía las almendras. También por algunos colectivos que cortaban el aire frío de la ciudad. Pero nunca dejaba de ser silencio, el silencio como música, como una nota más entre otras que no hace más que aseverar la copresencia.
El vínculo siempre fue más allá. Sin embargo, nunca dejó de ser más que el vacío que nos unía. Las frases nos sobraban de todos lados, eran ínfimas al lado de los momentos que compartíamos, cuya solemnidad era representada por nuestra falta de conversación, que por otro lado era innecesaria. Realmente, nunca hubo algo muy importante para decirnos. Simplemente, eran cosas para compartir, y no hace falta hablar para eso. Compartir con vos siempre fue caminar. Estar al lado del mientras escuchábamos ese silencio real que podía estar representado por la nada, por un relato de un partido de fútbol o por el viento frío que matizabas con un chocolate mágico.
Todos esos momentos nos envolvían. Eran más que nosotros dos por separado, nos juntaba y nos transformaba en una esfera cerrada. Nosostros dos y el silencio inevitablemente conformaban un momento para compartir; era tan difícil entrar como salir, aunque nunca hubiera intenciones de ninguna de las dos acciones.
Pero ahora las cosas son diferentes. Esferas de momentos (muchos más grandes, mucho más terribles) me superaron y me dejaron afuera suyo. Son mucho más que yo, no pude penetrar en ellas. Suena complicado pero es simple: las cosas me sobrepasaron por todos lados.
Y eso que nos unía, hoy me deja afuera por abrumación. Sí, vos estás afuera, también, pero por otros motivos: tenés otra forma de encararlos.  Siempre rescaté tu capacidad de abrir los brazos y hacer frente a cualquier cosa que viniera. Y lo mejor, es que hacés todo esto cagándote de risa.
No me queda otra que seguirte. Salir de atrás tuyo y ponerme otra vez al costado. Para volver a compartir, para volver a comer chocolate y que lo único preocupante vuelva a ser el frío que acompaña al silencio.