jueves, 23 de febrero de 2012

Entro a la oficina, como todos los días. Al saludar a mi compañero de trabajo, veo, como siempre, la fotos de dos chicas (muy distintas entre sí) arriba de su agenda. Sé que no tiene hijas, por lo que siempre pensé que eras un sobrinas o ahijadas, recuerdo de su comunión (tiene una fecha alguna de las fotos). Prendo mi computadora con el pie, no sea cosa que tenga que agacharme, me siento a ver que es lo que hay para hacer mientras escucho de lejos un radio.

Trabajar en las oficinas administrativas de los cementerios siempre fue algo poco problemático en mi vida. Desde mi perspectiva atea y un poco cientificista, sumado a la abrumadora y alienante burocracia que implica el negocio estatizado de la muerte, siempre pude convivir con el hecho de trabajar entre cruces y bóvedas. Mi contacto con el objeto de mi trabajo tiene demasiadas cosas en el medio (papeles y más papeles) como para que de alguna manera la muerte se convierta en un problema en mi vida.
Los papeles, burocracia, pasos administrativos, una pc, copiar, pegar, imprimir, adjuntar al expediente, foliar, sacar fotocopias, dar salida. Procedimientos y herramientas que nos alejan de lo que es realmente la administración de la muerte. En estos momentos agradezco realmente que existan, porque de esta manera la muerte puede pasar, de alguna manera, a la cotidianeidad. Buen día, señora, sí, ya le hago la boleta, tome asiento por favor y dígame el número de expediente.
Pero también la burocracia, necesariamente, separa a la muerte de la vida. Los papeles no sonríen, no tienen familia, no estudian ni se mueven. Son papeles con algunas cosas impresas y ya. A propósito, ¿nadie está imprimiendo? Mando 3 hojas.  Momentos como los de ayer, que un tren (tren, eso que se toma todos los días) no frene y genere 30 muertes, cambian lo cotidiano desde cualquier punto de vista. Bajo al depósito, traigo algunas lapiceras y clips. Sí, los del lado piden resmas. Que esperen, si no hacen nada nunca. Automáticamente los papeles que representan a las muertes pasan a tener cara. Papeles y firmas que hasta hace un momento tenían vida. Que son vidas que duelen, que molestan a uno, a pesar de ser completamente ajenas.

Entro a la oficina. Saludo a mi compañero y veo de reojo la foto de las dos chicas. Ahora sé que ellas estuvieron en Cromagnon, y quien me saluda ayudó a sus familiares a encontrarlas. Ahora todos miramos las fotos todos los días.
Miro bien la foto de una de ellas. Debería haberme dado cuenta antes: hay otra fecha un poco más abajo: 30/12/2004.
(Lo raro que es prender con el pie ahora la computadora.)