miércoles, 6 de julio de 2011

Cuando estás acostumbrado a llegar tarde a todas partes, llegar muy temprano a algún lado es, de mínima, incómodo. Anoche, por ejemplo, estuve 10 minutos esperando a que llegue la persona con la que iba cenar. Minutos suficientes para ir y venir 4 veces, comprarme un libro y anotar 3 películas que quiero ver. Todo por no saber qué hacer. Igual hace falta aclarar que no me pasa muy seguido: de hecho, siempre llego tarde, quizás para evitarme esos minutos molestos.
Hoy crucé la estación y me di cuenta que estaba llegando una hora temprano. Después de considerarlo durante mucho tiempo (el frío y el sueño se combinan haciendo que la realidad sea excesivamente más veloz y concreta que lo que puedo captar con todo mi cuerpo), opté por entrar en el bar de la estación. Ahí iba a estar protegido del viento, podía tomar algo caliente sin posibilidad de gastar en exceso, un café con tres medialunas y ya, leer algún diario, algún libro de los que están tirados en la mochila, mirar la pared, la mancha de esa pared que tiene forma de... tiene forma de algo, seguro, pero no me acuerdo qué. Por ahora va a ser forma de nube. Una nube con forma de provincia, alguna provincia de alguna parte del mundo tiene que tener esa forma. Y de última, será cuestión de crearla.
Eso, sí, crear. Re-crear. Tomar la historia para seguir creándola. Supongo que siempre estamos haciendo historia, pero ayer se respiraba. Una historia muy chica, tan chica como la la vista en un mapa número tres de la provincia parecida a la nube que se parece a la mancha. Pero que hace a un pedazo de nuestra identidad. Ese pedazo puede variar, ser más grande, más chico, pero influye de alguna manera en lo que somos, qué hacemos, qué sentimos ante algunas de las esferas de la realidad.
Y si no, preguntales a los que viven esa mancha, en esa provincia, en ese puntito del mapa, en esa nube que ya acabamos de inventar. O sino al mozo que ya me trajo la cuenta y sonríe a ver la cantidad de cosas que tengo desparramadas en la mesa sin tocar (cosas, no comida, de eso no hay nada). O al reloj, principal fuente de sentido en mi vida actualemente: hago cosas porque el reloj me dice qué tengo que hacer. Son las 9, y aunque hace frío, camino feliz de haber resuelto con una rapidez soñolienta qué hacer con esa hora de espera: nada.